Showgirls
está trufada de sexo, plagada de sexualidad y carnalidad, cada poro, prácticamente
cada fotograma exuda erotismo en una apuesta a todo o nada que Verhoeven, un
enfant terrible de la industria, lanzó contra ese falso puritanismo norteamericano. Si
bien la interpretación de Elizabeth Berkley en la cinta es discutible
por su facilidad a la hora de pasarse de frenada en su actuación, no podemos
negar la indudable sexualidad que desprende el personaje de Nomi Malone. Son
multitud las escenas para el recuerdo protagonizadas por la actriz de Salvados
por la campanada (algo que por cierto provocó cierto revuelo por la
proveniencia de la actriz principal de una serie tan blanca) a lo largo de las
dos horas de película; el primer striptease, la escena del lap dance, su sensual
baile con James Smith… Cualquiera de ellas habría encajado a la perfección en
este apartado aunque la elección del polvo en la piscina con el repulsivo Zack
Carey es un buen ejemplo del bizarrismo en la puesta en escena, la casi parodia
en la que se convierten las secuencias de sexo, donde el trazo grueso y el
exceso son los baluartes principales. El sexo es un arma más para conseguir los
objetivos y así es como se presenta en una película donde no hay príncipes azules
ni finales felices. Al fin y al cabo estamos en Las Vegas, y no se la conoce como "la ciudad del pecado" en balde.
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